Olvídese del viejo Oeste tal y como lo conocía. Ya no es una tierra de héroes y villanos, sino de historias de miseria y sentimientos humanos. La realidad al fin y al cabo.
Se acabaron los sueños de cowboys apuestos y solitarios, de pistoleros al margen de la ley.
Las señoritas que pueblan los salones ya no son felices bailarinas que amenizan las veladas levantando falda y enseñando pierna. Son prostitutas a las que montan como caballos y explotan como esclavas, pero con dignidad para no permitir que las marquen como reses sin pagar una pena.
El justiciero de gatillo fácil, que idealizaban los títulos clásicos del género, es ahora un anciano arrepentido, rehabilitado y carcomido por remordimientos de sus tiempos de “esplendor”. Pone flores sobre la tumba de su esposa, pidiendo de antemano su perdón por lo que va a hacer.
Ese héroe de antaño es un patético criador de cerdos que delira de miedo ante el rostro de la muerte. El vaquero joven y guapo no ve tres en un burro y el marido ejemplar cobra adelantos en servicios a las señoritas del Salón.
Incluso los malos tienen sentimientos. Al llegar la primavera, redimen pecados y sentimientos de culpa al precio de un caballo, es el precio justo por mutilar una yegua. No mueren con honra cuando caen abatidos de un solo disparo, sino que gimotean por un trago de agua cuando llega su hora, porque la muerte es lenta y dolorosa, la ves venir en el silencio del desierto.
Cervantes desterró el mito de las novelas de caballerías, corrió la cortina que mitificaba a aquellos caballeros medievales que se batían en duelo y conquistaban bellas princesas.
Don Quijote era un idealista en tiempo de miserias, igual que William Munny en el viejo Oeste.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario