El convento donde nos alojamos resultó ser un auténtico convento, como nos habían anunciado, con claustro pero sin monjas. Las zonas comunes eran hermosas, pero es un dos estrellas caro, con el peor colchón que recuerdan mis cervicales. Una ducha después y con el ánimo por las nubes, pusimos rumbo a Vitoria. Al terminar Burgos y empezar Euskadi la N-1 pasa de uno a dos carriles... Por casualidad caímos en un bar del centro con surtida y sabrosa variedad de pintxos, el DATO 5, al que fuimos fieles todo el fin de semana.
Para hacer tiempo antes de ir al pabellón, jugamos una partida de mus, que Alfonso y Hernán regaron con un par de cubalibres por cabeza, otro standard del viaje. Vitoria respiraba Copa del Rey: posters, bufandas y carteles de apoyo al TAU colgaban de tiendas, bares y balcones. Por la calle se veían aficionados variopintos con las bufandas de los equipos... excepto del Madrid. Éramos los únicos. La peña mayoritaria Berserkers sólo asistió a los encuentros del Real Madrid, lo que habla de su interés y cultura baloncestística, y de sus ganas de integrarse con el resto de aficiones.
El Buesa Arena está a las afueras de la ciudad, junto al humedal de Salburua, famoso por ser el primer foco de gripe aviar en España (importada por un somormujo). Es un pabellón de fácil acceso y amplio aparcamiento, al estilo NBA, pero con la contra de la carestía de bares alrededor que fomenten el ambiente en la previa y el postpartido. La charanga de Unicaja no necesita bares, montaron un pequeño concierto en el aparcamiento. Una pena que los malagueños cayesen en el primer encuentro de los cuartos de final, tras un intenso e igualado partido con el TAU. Por momentos se mascaba la tragedia: el Buesa Arena, y por extensión toda la ciudad, respiraba miedo con las exiguas ventajas de Unicaja en el último cuarto. Un decisivo triple de Mouneke en el último minuto a pase de Splitter (tras 10 segundos en la zona) silenció la charanga malagueña, que ya no volvió a sonar en Vitoria.
En la otra semifinal del jueves, el modesto Bilbao se comió a un Barcelona ridículo, donde sólo Lakovic mostró dignidad. Para el recuerdo queda el “momento araña”, cuando la mascota del Iurbentia (una araña, claro) saltó a la cancha en medio del vendaval bilbaíno a bailar el “Rock n’ Roll Radio” de Los Ramones. Preguntamos a un transeúnte cualquiera la zona para salir por la noche, nos recomendó la Cuchillería, “tras la plaza, subiendo unas escaleras”.
Es una calle peatonal llena de bares y pequeñas discotecas, todas atestadas de gente. El primer vistazo nos impresionó un poco: se respiraba una fuerte carga política en el ambiente, contra el “Estado español opresor”, por el nacionalismo vasco y la amnistía a los presos de ETA. Desentonábamos de la vestimenta tipo, que consistía en: barba de tres días, pendiente, media melena corta por los laterales y sudadera en tonos combativos. Por los carteles en la calle, las camisetas de la gente y las pinturas del baño se deducía que los madrileños no son bien recibidos. Mientras los aficionados de otros equipos, hermanos bienvenidos, lucían con orgullo sus bufandas, nosotros nos sentíamos “proscritos”.
Pero no nos dejamos llevar por esa primera impresión y rascamos para ver debajo de las apariencias. Al rato estábamos bailando, conversando y ligando con seguidores/as de Joventut, Iurbentia, Girona y, por supuesto, TAU, con el baloncesto como tema rompehielo. Resulta que nos trataron con la naturalidad y el respeto con que lo harían en cualquier otro rincón del país. Hasta Alfonso se hizo medio colega de un camarero que lucía una camiseta en apoyo a los presos y que le invitó a un “brugalCola”. Mientras buscábamos el coche para regresar al hotel, con el frío de madrugada propio de “Siberia-Gasteiz” y el hambre que da la menopea, David mangó unos bollos recién hechos de la furgoneta repartidora de una pastelería (Artepan)... Nos supieron a gloria. En el camino de vuelta al Convento nos preguntamos porqué los políticos se empeñan en crear enemistades artificiales entre ciudadanos. Nosotros pasamos de tópicos y nos mezclamos, pero fuimos la excepción, dudo que ningún otro de los 400 aficionados madridistas pusiera un pie en Cuchillería.
No hay comentarios:
Publicar un comentario