lunes, 17 de agosto de 2009

MÚSICA - El tren a Sandy Row



No entiende de alfombras rojas, galardones ni glamour. Es déspota, agrio y áspero hasta el desprecio. El compromiso de su música no es con una discográfica, ni siquiera con sus seguidores. Rechaza los inherentes de la vida del músico y no lo disimula. No son sino el precio por darse una oportunidad. Puede que al final de algún concierto, en Varsovia, en Belfast o en Vitoria, cuando los 90 minutos de rigor toquen a su fin, el tiempo se pare, el cielo se abra y deje fluir el alma por su voz como una tormenta de verano, para que todo cobre sentido por un momento antes de perderse de nuevo en la indiferencia y la mediocridad.

Van Morrison es un halo de melancolía, un estigma de perdedores y de almas errantes. Una huída de lugares comunes, sin marcha atrás, sin un destino claro. Van Morrison es la inspiración pasajera. Es un aullido efímero que se diluye en el bullicio, que se confunde y se pierde. Una voz templada de complejos y frustraciones pasadas, del anhelo de una chica que nunca fue. Un paseo solitario al anochecer de un desengaño, la amargura de una existencia irrelevante que cobra sentido en unos acordes. Van Morrison es un barco introspectivo, una suerte compartida que se esconde tras unas gafas de sol y un sombrero, literal o figurado.
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Cuando pierdes el norte, después de la batalla o cuando el sol se pone, sabes que Van siempre estará ahí. Un susurro cómplice o un lamento descarnado. El único compañero posible en el viaje a las profundidades del alma humana, de sus miserias y sus grandezas. Una calle en las afueras y un largo camino de vuelta. Una primavera de mentiras, un verano frustrante, un otoño al raso y un invierno herrante.
Un recorrido a tiempos pasados, a tiempos mejores o que nunca fueron.
Es un club de acceso exclusivo, un refugio autodestructivo. Acompañó en las lágrimas de la juventud y ahora que el tiempo ha pasado, vuelta al inicio, donde todo tuvo sentido un día, o así es al menos como lo recuerdas. La juventud perdida, una tarde con Madame y las monedas que lanzaste desde el tren a Sandy Row. Nosotros, que nacimos antes que el viento, ¿quiénes somos para entender?
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