lunes, 17 de agosto de 2009

Diario de la Copa, 4. La cabeza de Felipe

Sábado 9. Tras el desayuno de pintxos en DATO 5 enfilamos al Buesa Arena...tocaba semifinales. Confiados en la victoria del Madrid nos dejamos llevar por la euforia. De camino al pabellón ondeamos provocativamente las bufandas blancas por las ventanillas del coche y subimos el volumen de la música, una remezcla de “Y tú te vas” que se convirtió en nuestro hit durante la Copa. La hora previa al comienzo de la jornada la pasamos en el único bar cercano.

Mientras Alfonso iniciaba su maratón brugalCola, departimos con aficionados del TAU. Nos desearon “suerte” en el partido, una feliz estancia en la ciudad y brindamos por Megan, la mujer del alero del Bilbao, Luke “Calcetas” Recker (en la fotografía). Buen rollo. Dentro del pabellón, uno de los patrocinadores tenía un stand con figuras de cartón a tamaño natural de la estrella de cada uno de los ocho equipos participantes. Nos tiramos una foto con Felipe Reyes, el jugador más odiado de la ACB (especialmente en Vitoria, por sus duelos con Scola).

En el reñido primer encuentro de la tarde, TAU-Bilbao, los dos pequeños bases bilbaínos, Marcelino Huertas y Javi Salgado, mantuvieron vivas hasta el último minuto las opciones de triunfo guipuzcoano, a pesar de la evidente inferioridad de plantilla. Mickael, Rakocevic y Teletovic fueron demasiado, y la lógica se impuso, dejando en Vitoria el título honorífico de la Copa del Lehendakari.

El Madrid comenzó pletórico su semifinal ante el DKV, con un asombroso acierto exterior.
El graderío blanco vivió momentos de éxtasis, pero el Joventut no se descolgaba demasiado, 48-46 al descanso. El 3º cuarto fue crítico, los de Plaza entraron en barrena. El Madrid se agarró al partido como un grande (cambios defensivos, Llull sobre Rudy) para llegar a ponerse uno arriba a falta de minuto y medio, pero jugó el final como un pequeño, encomendado al arco de tres en manos de Mumbrú y Smith. El ex-madridista Hernández-Sonseca, con fama de indolente en la cancha y borracho fuera de ella, resultó decisivo. Igual que nuestro viejo conocido Joan Carles Mitjana (el árbitro). Pero hubiese dado igual si los triples hubiesen entrado. Jugársela con Bullock en cancha parecía razonable. Nunca antes había viajado para asistir a una competición como ésta, en la que gana uno y pierden siete, así que no sabía lo que se siente cuando eliminan a tu equipo... ahora lo sé, se te queda cara de tonto.

Alfonso permaneció sentado en silencio con la mirada perdida durante casi 10 minutos. En la salida de la grada, aficionados del TAU compraban a los madridistas entradas para la final del domingo, ya que la mayoría regresaban esa misma noche a la capital... Oímos ofertas de hasta 100 euros, pero preferimos pensarlo mejor y no tomar decisiones en caliente, además, quizá el día de la final se ofreciese más dinero. Confiábamos en la desesperación de la burguesía vitoriana... Tras cenar, salimos de marcha, al fin y al cabo era sábado. La estampa de cuatro madridistas copa en mano, en silencio, caras hasta el suelo y sin bailar en medio de la discoteca era penosa. Nuestra suerte cambió.

Enfilamos a “la Zapa”, donde entramos a boleo en un bar entre tantos, “Tótem”. Alfonso, cabeza de puente, abrió brecha con cuatro simpáticas vitorianas, de las de bufanda del TAU al cuello. Nos contaron que al terminar los partidos del sábado en el Buesa Arena, aficionados del Baskonia robaron la figura de cartón de Felipe Reyes. Al pobre “Felipón” le infringieron el garrote vil y le quemaron en aquelarre. Con guía y compañía fue la noche más divertida del viaje. Si hasta nos enfundamos las bufandas del TAU... Hernán las deleitó con sus chistes de “se levanta el telón” y Fonsi sacó el poeta que lleva dentro.

Ensayo de Alfonso Matellano sobre el amor en Vitoria, versículo primero: “aquí los tíos van a saco, y las tías sois muy jodías”. Cuando casi al amanecer regresamos al convento, alguien comentó en el ascensor: “Nos hemos divertido tanto que ya se nos ha pasado el disgusto de la derrota”... El resto asentimos con la cabeza, excepto Alfonso, que en el silencio de la noche y sin mediar provocación comenzó a cantar a voz en grito: “Sonseca hijo de puta muérete...”. La boca se le llenaba de odio y una vena se le hinchó en la parte derecha del cuello. Sus heridas no habían cicatrizado aún.

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